jueves, 2 de abril de 2009

Posguerra con etiqueta verde


1991. 600 pozos petrolíferos fueron quemados en Kuwait por las tropas de Irak en su retirada desesperada ante el ataque estadounidense. Los incendios acabaron con la vegetación y generaron un lluvia radiactiva de hollín y petróleo que afectó a 1.000 kilómetro cuadrados de territorio.
Acciones como ésta forman parte del juego sucio de la guerra. En el momento de la 'posguerra' la agenda de los países 'vencedores' está repleta de buenas intenciones en modo de ayuda a la población o la reconstrucción de las infraestructuras destruidas. Sin embargo, hay aspectos que se quedan en el aire. Según el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), integrar el medio ambiente y los recursos en las tareas de construcción de la paz ya no es una opción sino “un imperativo de seguridad”.
Por parte del PNUMA han surgido distintos proyectos en numerosos conflictos para que las consecuencias ambientales sean parte del desarrollo de la población. Es comprensible que para el desarrollo de la zona se mejoren las condiciones ambientales para que las mejoras sean completas.
Por ejemplo, en el Líbano, cuando Israel lanzó una operación militar contra Hezbolá en el verano de 2006. Tras los bombardeos, muchas armas sin explotar quedaron esparcidas por el sur del país, resultado del uso masivo de bombas de racimo. Actualmente se continúa desactivando estos explosivos, que ponen en peligro la vida de los civiles, impiden el acceso a tierras de cultivo y, por todo ello, frenan la recuperación socioeconómica.
No obstante, esta nueva corriente dentro de la resolución de conflictos tiene todavía mucho camino por recorrer ya que por hastío o por falta de interés otros aspectos como el humanitario o el de reconstrucción están en muchos lugares en pañales.

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